La Semana Santa está cargada de signos: el agua que representa la vida y la bendición de Dios; la luz que representa a Cristo quien ha iluminado nuestras vidas; el pan compartido, los pies lavados, las velas encendidas, las imágenes cubiertas, pero, sobretodo, domina el silencio de la oración.
En ella recordamos cómo
Jesús ha triunfado sobre la muerte y cómo nos ha confiado la tarea
de compartir el pan en memoria suya, por eso, más que creer en Él,
tenemos que creerle a Él.
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Muchas personas a lo
largo de la historia han sido conscientes de la existencia de un
hombre llamado Jesús que ha sido capaz de dividir la historia: antes
de Cristo y después de Cristo, pero no por saber que fue real creen
en lo que enseñaba. No por falta de sentido en lo que decía, ya que
Jesús siempre ha sido muy elocuente, sino por falta de fe.
La fe es una decisión de confianza. Debemos aprender a confiar en Dios a pesar de nuestras dudas y miedos. Confiar con miedo y todo, pero confiar. Como si fuéramos con Él en la barca durante la tempestad. Ir con miedo, pero seguir avanzando hasta llegar a la otra orilla bajo la tempestad.
Los que escogió para ser sus discípulos, en su mayoría pescadores, fueron gente sencilla y corriente. Algunos no eran bien aceptados por la sociedad de la época, como Mateo, pero Él no se fijaba en la opinión de la sociedad, sino la de Dios y creo que estará de acuerdo conmigo en que hizo la decisión más apropiada porque fueron ellos los primeros en compartir con Él ese pan de vida que posteriormente partieron entre más y más personas hasta llegar a nuestros días.
Hoy, somos nuevamente invitados este año a recordar la pasión, muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Estamos invitados a compartir el pan de la fe en memoria suya. Hagámoslo con el corazón abierto a su palabra, reflexionando en los signos y símbolos que vemos, y confiando, así sea poco a poco, pero cada vez más, en el Señor.
!Qué bellos momentos!
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